Los animales y el círculo de la moral En este artículo voy a plantearles un problema filosófico. Es un problema que todos ustedes se han planteado, a buen seguro, en muchas ocasiones, y del que los filósofos se llevan ocupando desde los orígenes mismos de la filosofía. Marta Tafalla (Para Kaos en la Red) [26.10.2007 07:43] - 203 lecturas - 12 comentarios
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I
En este artículo voy a plantearles un problema filosófico. Es un problema que todos ustedes se han planteado, a buen seguro, en muchas ocasiones, y del que los filósofos se llevan ocupando desde los orígenes mismos de la filosofía. Si lográramos comprender bien este problema, y solucionarlo, muchas de las injusticias que tienen lugar en nuestro mundo desaparecerían.
El problema filosófico al que me refiero es el siguiente. Desde que el homo sapiens sapiens existe en este planeta, en todas las épocas y en todas las culturas se da una clase de personas, afortunadamente pocas, cuyo comportamiento hacia los demás está dirigido exclusivamente por el más puro egoísmo; personas que consideran a todos los seres humanos y a todos los seres vivos meros instrumentos a su servicio, a los que usan y de los que abusan a su antojo, a los que dominan, explotan, maltratan y destruyen. Son personas capaces de hacer daño a cualquiera que se cruce en su camino, ya sea para conseguir sus objetivos o por simple placer, sin que después los perturbe el menor remordimiento. Tales sujetos son a veces criminales, mercenarios en algún ejército, pero también pueden ser nuestros vecinos, gente de apariencia normal, de la calle, que son sistemáticamente malos amigos, padres tiránicos, pésimos compañeros de trabajo.
Existe otra clase de personas, también escasa, que tiene el comportamiento contrario: intentan ser justas, o incluso más aún, intentan ser buenas y generosas con todo aquél que se encuentran a lo largo de su vida. Se esfuerzan por ser buenos padres o madres de familia, fieles amigos, compañeros en los que confiar, vecinos amables, ciudadanos responsables, ecologistas convencidos, rescatadores de animales abandonados. Son personas que se alegran con las alegrías de los demás y a las que entristecen los problemas ajenos, para los que siempre están dispuestos a ayudar en la búsqueda de una solución.
Estas dos clases de personas, ambas minoritarias, se sitúan en los dos extremos del espectro. Entre estas dos clases nos encontramos todos los demás, la mayoría de nosotros, la inmensa mayoría de los homo sapiens sapiens que se vienen sucediendo en este planeta desde hace ciento cincuenta mil años.
Lo que nos define moralmente a esta amplia mayoría, es que tenemos un comportamiento contradictorio, paradójico: con algunas personas y a menudo también con algunos animales somos justos y buenos, nos preocupamos por ellos, los protegemos, los cuidamos si están enfermos, mantenemos las promesas que les hemos hecho, pero en cambio, al mismo tiempo, y sin que nuestra identidad se desmorone o nuestra racionalidad se derrumbe ante tamaña contradicción, podemos ser injustos, crueles, viles y despiadados con el resto de seres que pueblan el planeta. Podemos comprar para nuestros hijos juguetes fabricados por niños en condiciones de esclavitud, podemos comprar productos de belleza que han costado el sufrimiento y la muerte a miles de animales, desentendernos de la más que probable extinción de 15.000 especies o despreciar a un África que día tras día se hunde un poco más en el abismo del olvido. Y ser a la vez el doctor Jekyll y Mister Hide en nuestra vida cotidiana ni nos quita el sueño por las noches ni nos hace pensar siquiera que tenemos un grave problema.
Y éste es el problema filosófico que quiero plantearles hoy aquí: ¿cómo puede una misma persona cuidar de sus hijos con toda dedicación, conmoverse por el sufrimiento de un amigo, donar parte de su sueldo a médicos sin fronteras, y a la vez, tolerar el dolor más atroz de otros, o incluso despreciar a esos otros que sufren, o incluso alegrarse por ello?
Esa contradicción se da en una variedad infinita de formas y grados, y encontraríamos los ejemplos más diversos. Cada persona tiene su círculo moral: los que pertenecen a él son los suyos, aquellos que le preocupan y a los que está dispuesto a cuidar. Los que se encuentran fuera de ese círculo, en cambio, no merecen la menor atención, o aún peor, son tan despreciables que se merecen ser explotados, esclavizados y destruidos. Esos círculos pueden ser de muchos tipos y de muchos tamaños, y cada cual tiene sus criterios para decidir quién está dentro y quién fuera. Para muchas personas pertenecen a su círculo los miembros de su nación o su raza, y el inmenso resto de la humanidad no tiene la menor oportunidad de entrar. En la Alemania nazi, un ciudadano alemán podía ser un buen padre de familia, excelente vecino, y trabajar en un campo de concentración maltratando sistemáticamente a los prisioneros. En nuestra sociedad actual, un médico puede dedicar seis días a la semana a salvar vidas de pacientes cuya suerte le conmueve, puede ser pacifista y progresista, un marido sincero y un padre comprensivo, incluso encariñarse con los perros de sus hijos, y al mismo tiempo, cada mañana de domingo, coger la escopeta con sus amigos y salir a cazar.
Existen infinitos casos y pueden ser muy distintos, pero la contradicción es la misma en todos ellos. ¿Cómo es posible ser a la vez justo e injusto? ¿Cómo es posible ser por la mañana un amigo comprensivo y a las cinco de la tarde convertirse en un torturador de toros? ¿Por qué nos afecta el sufrimiento de algunos seres hasta rompernos el corazón, y en cambio el dolor de otros nos deja fríos, lo olvidamos al instante, o incluso disfrutamos con él? ¿No es como si nuestra capacidad moral sufriera una terrible esquizofrenia? Tenemos un abismo en nuestro interior que separa lo mejor y lo peor de nosotros, y en cada uno de nuestros días somos capaces de saltar alegremente de uno a otro lado sin percibir la profundidad de nuestro vacío.
Este es el gran problema de la filosofía moral. Las personas que aceptan el maltrato de animales en la industria de alimentación, en la experimentación o en las fiestas populares, o las personas que lo practican ellas mismas o que disfrutan con ello, no son seres malvados de los pies a la cabeza. Saben lo que es la justicia, la bondad y la responsabilidad, y las practican con otros. Pero no son capaces de incluir a esos animales en su círculo moral. Igual que los racistas o los sexistas no incluyen a algunas personas.
Esto también nos permite ver algo importante. La cuestión moral de la protección de los animales no es una cuestión secundaria, marginal para la filosofía o para la sociedad. Sino que los problemas filosóficos que implica son los mismos de la filosofía moral en general. Que maltratemos a animales se parece mucho a que maltratemos humanos. La razón de que lo hagamos es exactamente la misma.
Los filósofos han desarrollado teorías muy complejas para resolver el problema del círculo moral, pero no les voy a hablar de ninguno de ellos, porque creo que la mejor explicación de este fenómeno no la dio un filósofo, sino un naturalista: Charles Darwin.
II
No sé si han leído a Darwin. No suele formar parte de los planes de estudio de ninguna asignatura, ni en la educación secundaria ni en la universitaria. La comunidad científica considera correcta su teoría de la evolución y continúa trabajando en ella; toda persona culta sabe que las especies no fueron creadas tal como hoy las conocemos, sino que son el resultado de un proceso evolutivo; sabe que todas las especies están emparentadas y comparten un mismo origen, y que eso incluye nuestra propia especie. Pero la mayoría jamás ha leído los textos de Darwin ni sabe con exactitud qué es lo que dicen. Y esa ignorancia resulta sorprendente, dado que Darwin fue el primer científico capaz de responder a la pregunta ¿de dónde venimos? Parece que ese sería un motivo para que la obra de Darwin encabezara todas las listas de lecturas, y sin embargo no es así. Probablemente, la gente no tiene el menor interés en saber de dónde venimos, o prefiere positivamente no saberlo.
Y si la mayoría de personas desconocen la teoría científica de Darwin, menos saben aún que, una vez Darwin hubo formulado esa teoría científica, publicada en el libro El origen de las especies el año 1859, se ocupó de pensar las implicaciones morales de su descubrimiento y de formular una filosofía moral. Darwin dedicó mucho tiempo a leer a los grandes filósofos morales, sobre todo a Hume y a Kant, y a formular su propia teoría moral. La publicó en 1871 en un libro que lleva por título El origen del hombre, y que debería ser de lectura obligada en todas las escuelas.
Es en ese libro donde Darwin propuso la expresión que yo he venido usando hasta ahora del círculo de la moral, y donde nos ofreció una explicación de por qué nuestras actitudes morales están encerradas en un círculo, y se basan en a quién incluimos y a quién excluimos. La explicación de Darwin, sintetizada, es la siguiente. La moral no es algo eterno, existente por sí mismo, que ya existiera en este planeta antes de la llegada de los seres humanos. La moral tal como nosotros la entendemos, la bondad, la justicia, todo eso nació con la especie humana, es un producto evolutivo, se desarrolló como se desarrollaron nuestras manos, nuestra posición erguida, la inteligencia o el lenguaje. Se desarrolló como una estrategia de supervivencia, una forma de vivir y de convivir mejor.
La moral humana se desarrolló cuando el ser humano todavía estaba emergiendo de la animalidad y convirtiéndose en lo que hoy es. Nació a la vez que se desarrollaba la inteligencia, el lenguaje, se aprendía a hacer instrumentos de caza, se decoraban las cuevas con pinturas o se enterraba a los muertos. Fue entonces cuando el ser humano comenzó a desarrollar las nociones de justicia, responsabilidad, los sentimientos morales como la culpa y el perdón, la simpatía o la compasión. Fue entonces cuando el ser humano aprendió a ser altruista, a compartir la comida, a ayudar a los demás, a cuidar de los enfermos, adoptar niños huérfanos.
Pero en aquel momento en que nació la moral humana, los seres humanos vivían en tribus, en grupos familiares de entre 15 y 30 personas que compartían un mismo hogar, la actividad de la caza y la recolección, y el cuidado de los hijos. Esas personas se ayudaban en todo porque eso hacía su vida más segura, más confortable y más placentera. Cada miembro de la tribu daría su vida por los demás, cuidaba de ellos, les era fiel. En esa tribu entraba su familia, quizás también parientes lejanos, a veces otros humanos con los que no tenía vínculos de sangre pero con los que había creado una relación de amistad. E incluso algunos animales de compañía, perros, o algún otro animal adoptado de cachorro. Pero su moral se acababa con los límites de la tribu, tenía el mismo tamaño que su tribu. Quienes no formaban parte del grupo, del círculo, podían ser maltratados, torturados, esclavizados, sin que ello causara el menor remordimiento.
Dentro del círculo se tejen fuertes lazos de responsabilidad moral. Cada cual se siente responsable de los otros, sabe que debe ayudarles si le necesitan. Sabe que tiene deberes hacia ellos, y que también tiene derechos frente a ellos. Firmes lazos de reciprocidad, de respeto mutuo, crean lo que llamamos una comunidad moral. De ese tejido se alimentan luego las normas de convivencia, las leyes, la institución judicial. Naturalmente, un día uno puede mentir o robar a un miembro de la tribu, pero eso suele despertar remordimientos, sentimientos de culpa y deseos de reconciliación. En cambio, los seres que existen fuera del círculo no nos despiertan el menor sentimiento moral; no son seres frente a los que tengamos responsabilidades, sino sólo instrumentos que usar, esclavos que explotar.
Eso era así para nuestros antepasados cazadores-recolectores, y los antropólogos han podido comprobar que sigue siendo así en las culturas de cazadores-recolectores que todavía sobreviven en algunos rincones del planeta. El origen de nuestra moral es tribal, y el problema es que cada uno de nosotros sigue pensando la moral en términos tribales. Seguimos pensando en términos de los nuestros y los otros, los que incluimos y los que excluimos.
Así pues, esa esquizofrenia moral en la que viven la mayoría de los seres humanos tendría una explicación natural, biológica. Pero que sea natural no quiere decir que sea insuperable. Al contrario, que conozcamos las raíces de nuestro problema nos ayudará a vencerlo. Darwin era optimista y creía que existía la posibilidad de un progreso moral, que las personas eran capaces de ampliar voluntariamente su círculo moral. Y creía que, de hecho, a lo largo de la historia de la humanidad se había producido un cierto progreso. Con la sucesión de las generaciones, muchos de esos círculos morales se habían ido ampliando más allá de la tribu para acoger a muchos más seres. Se trata de un progreso lento y difícil, pero Darwin creía ver que existía. Nuestra capacidad para la reflexión, la educación, el cultivo de los sentimientos morales, el viajar, conocer a personas de otras culturas, irían convenciendo a las personas, en cada generación, de ampliar un poco más su círculo moral.
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I
En este artículo voy a plantearles un problema filosófico. Es un problema que todos ustedes se han planteado, a buen seguro, en muchas ocasiones, y del que los filósofos se llevan ocupando desde los orígenes mismos de la filosofía. Si lográramos comprender bien este problema, y solucionarlo, muchas de las injusticias que tienen lugar en nuestro mundo desaparecerían.
El problema filosófico al que me refiero es el siguiente. Desde que el homo sapiens sapiens existe en este planeta, en todas las épocas y en todas las culturas se da una clase de personas, afortunadamente pocas, cuyo comportamiento hacia los demás está dirigido exclusivamente por el más puro egoísmo; personas que consideran a todos los seres humanos y a todos los seres vivos meros instrumentos a su servicio, a los que usan y de los que abusan a su antojo, a los que dominan, explotan, maltratan y destruyen. Son personas capaces de hacer daño a cualquiera que se cruce en su camino, ya sea para conseguir sus objetivos o por simple placer, sin que después los perturbe el menor remordimiento. Tales sujetos son a veces criminales, mercenarios en algún ejército, pero también pueden ser nuestros vecinos, gente de apariencia normal, de la calle, que son sistemáticamente malos amigos, padres tiránicos, pésimos compañeros de trabajo.
Existe otra clase de personas, también escasa, que tiene el comportamiento contrario: intentan ser justas, o incluso más aún, intentan ser buenas y generosas con todo aquél que se encuentran a lo largo de su vida. Se esfuerzan por ser buenos padres o madres de familia, fieles amigos, compañeros en los que confiar, vecinos amables, ciudadanos responsables, ecologistas convencidos, rescatadores de animales abandonados. Son personas que se alegran con las alegrías de los demás y a las que entristecen los problemas ajenos, para los que siempre están dispuestos a ayudar en la búsqueda de una solución.
Estas dos clases de personas, ambas minoritarias, se sitúan en los dos extremos del espectro. Entre estas dos clases nos encontramos todos los demás, la mayoría de nosotros, la inmensa mayoría de los homo sapiens sapiens que se vienen sucediendo en este planeta desde hace ciento cincuenta mil años.
Lo que nos define moralmente a esta amplia mayoría, es que tenemos un comportamiento contradictorio, paradójico: con algunas personas y a menudo también con algunos animales somos justos y buenos, nos preocupamos por ellos, los protegemos, los cuidamos si están enfermos, mantenemos las promesas que les hemos hecho, pero en cambio, al mismo tiempo, y sin que nuestra identidad se desmorone o nuestra racionalidad se derrumbe ante tamaña contradicción, podemos ser injustos, crueles, viles y despiadados con el resto de seres que pueblan el planeta. Podemos comprar para nuestros hijos juguetes fabricados por niños en condiciones de esclavitud, podemos comprar productos de belleza que han costado el sufrimiento y la muerte a miles de animales, desentendernos de la más que probable extinción de 15.000 especies o despreciar a un África que día tras día se hunde un poco más en el abismo del olvido. Y ser a la vez el doctor Jekyll y Mister Hide en nuestra vida cotidiana ni nos quita el sueño por las noches ni nos hace pensar siquiera que tenemos un grave problema.
Y éste es el problema filosófico que quiero plantearles hoy aquí: ¿cómo puede una misma persona cuidar de sus hijos con toda dedicación, conmoverse por el sufrimiento de un amigo, donar parte de su sueldo a médicos sin fronteras, y a la vez, tolerar el dolor más atroz de otros, o incluso despreciar a esos otros que sufren, o incluso alegrarse por ello?
Esa contradicción se da en una variedad infinita de formas y grados, y encontraríamos los ejemplos más diversos. Cada persona tiene su círculo moral: los que pertenecen a él son los suyos, aquellos que le preocupan y a los que está dispuesto a cuidar. Los que se encuentran fuera de ese círculo, en cambio, no merecen la menor atención, o aún peor, son tan despreciables que se merecen ser explotados, esclavizados y destruidos. Esos círculos pueden ser de muchos tipos y de muchos tamaños, y cada cual tiene sus criterios para decidir quién está dentro y quién fuera. Para muchas personas pertenecen a su círculo los miembros de su nación o su raza, y el inmenso resto de la humanidad no tiene la menor oportunidad de entrar. En la Alemania nazi, un ciudadano alemán podía ser un buen padre de familia, excelente vecino, y trabajar en un campo de concentración maltratando sistemáticamente a los prisioneros. En nuestra sociedad actual, un médico puede dedicar seis días a la semana a salvar vidas de pacientes cuya suerte le conmueve, puede ser pacifista y progresista, un marido sincero y un padre comprensivo, incluso encariñarse con los perros de sus hijos, y al mismo tiempo, cada mañana de domingo, coger la escopeta con sus amigos y salir a cazar.
Existen infinitos casos y pueden ser muy distintos, pero la contradicción es la misma en todos ellos. ¿Cómo es posible ser a la vez justo e injusto? ¿Cómo es posible ser por la mañana un amigo comprensivo y a las cinco de la tarde convertirse en un torturador de toros? ¿Por qué nos afecta el sufrimiento de algunos seres hasta rompernos el corazón, y en cambio el dolor de otros nos deja fríos, lo olvidamos al instante, o incluso disfrutamos con él? ¿No es como si nuestra capacidad moral sufriera una terrible esquizofrenia? Tenemos un abismo en nuestro interior que separa lo mejor y lo peor de nosotros, y en cada uno de nuestros días somos capaces de saltar alegremente de uno a otro lado sin percibir la profundidad de nuestro vacío.
Este es el gran problema de la filosofía moral. Las personas que aceptan el maltrato de animales en la industria de alimentación, en la experimentación o en las fiestas populares, o las personas que lo practican ellas mismas o que disfrutan con ello, no son seres malvados de los pies a la cabeza. Saben lo que es la justicia, la bondad y la responsabilidad, y las practican con otros. Pero no son capaces de incluir a esos animales en su círculo moral. Igual que los racistas o los sexistas no incluyen a algunas personas.
Esto también nos permite ver algo importante. La cuestión moral de la protección de los animales no es una cuestión secundaria, marginal para la filosofía o para la sociedad. Sino que los problemas filosóficos que implica son los mismos de la filosofía moral en general. Que maltratemos a animales se parece mucho a que maltratemos humanos. La razón de que lo hagamos es exactamente la misma.
Los filósofos han desarrollado teorías muy complejas para resolver el problema del círculo moral, pero no les voy a hablar de ninguno de ellos, porque creo que la mejor explicación de este fenómeno no la dio un filósofo, sino un naturalista: Charles Darwin.
II
No sé si han leído a Darwin. No suele formar parte de los planes de estudio de ninguna asignatura, ni en la educación secundaria ni en la universitaria. La comunidad científica considera correcta su teoría de la evolución y continúa trabajando en ella; toda persona culta sabe que las especies no fueron creadas tal como hoy las conocemos, sino que son el resultado de un proceso evolutivo; sabe que todas las especies están emparentadas y comparten un mismo origen, y que eso incluye nuestra propia especie. Pero la mayoría jamás ha leído los textos de Darwin ni sabe con exactitud qué es lo que dicen. Y esa ignorancia resulta sorprendente, dado que Darwin fue el primer científico capaz de responder a la pregunta ¿de dónde venimos? Parece que ese sería un motivo para que la obra de Darwin encabezara todas las listas de lecturas, y sin embargo no es así. Probablemente, la gente no tiene el menor interés en saber de dónde venimos, o prefiere positivamente no saberlo.
Y si la mayoría de personas desconocen la teoría científica de Darwin, menos saben aún que, una vez Darwin hubo formulado esa teoría científica, publicada en el libro El origen de las especies el año 1859, se ocupó de pensar las implicaciones morales de su descubrimiento y de formular una filosofía moral. Darwin dedicó mucho tiempo a leer a los grandes filósofos morales, sobre todo a Hume y a Kant, y a formular su propia teoría moral. La publicó en 1871 en un libro que lleva por título El origen del hombre, y que debería ser de lectura obligada en todas las escuelas.
Es en ese libro donde Darwin propuso la expresión que yo he venido usando hasta ahora del círculo de la moral, y donde nos ofreció una explicación de por qué nuestras actitudes morales están encerradas en un círculo, y se basan en a quién incluimos y a quién excluimos. La explicación de Darwin, sintetizada, es la siguiente. La moral no es algo eterno, existente por sí mismo, que ya existiera en este planeta antes de la llegada de los seres humanos. La moral tal como nosotros la entendemos, la bondad, la justicia, todo eso nació con la especie humana, es un producto evolutivo, se desarrolló como se desarrollaron nuestras manos, nuestra posición erguida, la inteligencia o el lenguaje. Se desarrolló como una estrategia de supervivencia, una forma de vivir y de convivir mejor.
La moral humana se desarrolló cuando el ser humano todavía estaba emergiendo de la animalidad y convirtiéndose en lo que hoy es. Nació a la vez que se desarrollaba la inteligencia, el lenguaje, se aprendía a hacer instrumentos de caza, se decoraban las cuevas con pinturas o se enterraba a los muertos. Fue entonces cuando el ser humano comenzó a desarrollar las nociones de justicia, responsabilidad, los sentimientos morales como la culpa y el perdón, la simpatía o la compasión. Fue entonces cuando el ser humano aprendió a ser altruista, a compartir la comida, a ayudar a los demás, a cuidar de los enfermos, adoptar niños huérfanos.
Pero en aquel momento en que nació la moral humana, los seres humanos vivían en tribus, en grupos familiares de entre 15 y 30 personas que compartían un mismo hogar, la actividad de la caza y la recolección, y el cuidado de los hijos. Esas personas se ayudaban en todo porque eso hacía su vida más segura, más confortable y más placentera. Cada miembro de la tribu daría su vida por los demás, cuidaba de ellos, les era fiel. En esa tribu entraba su familia, quizás también parientes lejanos, a veces otros humanos con los que no tenía vínculos de sangre pero con los que había creado una relación de amistad. E incluso algunos animales de compañía, perros, o algún otro animal adoptado de cachorro. Pero su moral se acababa con los límites de la tribu, tenía el mismo tamaño que su tribu. Quienes no formaban parte del grupo, del círculo, podían ser maltratados, torturados, esclavizados, sin que ello causara el menor remordimiento.
Dentro del círculo se tejen fuertes lazos de responsabilidad moral. Cada cual se siente responsable de los otros, sabe que debe ayudarles si le necesitan. Sabe que tiene deberes hacia ellos, y que también tiene derechos frente a ellos. Firmes lazos de reciprocidad, de respeto mutuo, crean lo que llamamos una comunidad moral. De ese tejido se alimentan luego las normas de convivencia, las leyes, la institución judicial. Naturalmente, un día uno puede mentir o robar a un miembro de la tribu, pero eso suele despertar remordimientos, sentimientos de culpa y deseos de reconciliación. En cambio, los seres que existen fuera del círculo no nos despiertan el menor sentimiento moral; no son seres frente a los que tengamos responsabilidades, sino sólo instrumentos que usar, esclavos que explotar.
Eso era así para nuestros antepasados cazadores-recolectores, y los antropólogos han podido comprobar que sigue siendo así en las culturas de cazadores-recolectores que todavía sobreviven en algunos rincones del planeta. El origen de nuestra moral es tribal, y el problema es que cada uno de nosotros sigue pensando la moral en términos tribales. Seguimos pensando en términos de los nuestros y los otros, los que incluimos y los que excluimos.
Así pues, esa esquizofrenia moral en la que viven la mayoría de los seres humanos tendría una explicación natural, biológica. Pero que sea natural no quiere decir que sea insuperable. Al contrario, que conozcamos las raíces de nuestro problema nos ayudará a vencerlo. Darwin era optimista y creía que existía la posibilidad de un progreso moral, que las personas eran capaces de ampliar voluntariamente su círculo moral. Y creía que, de hecho, a lo largo de la historia de la humanidad se había producido un cierto progreso. Con la sucesión de las generaciones, muchos de esos círculos morales se habían ido ampliando más allá de la tribu para acoger a muchos más seres. Se trata de un progreso lento y difícil, pero Darwin creía ver que existía. Nuestra capacidad para la reflexión, la educación, el cultivo de los sentimientos morales, el viajar, conocer a personas de otras culturas, irían convenciendo a las personas, en cada generación, de ampliar un poco más su círculo moral.